Esta es mi historia
Cuando un pichón de ave sale de su cascarón, instintivamente mueve sus pequeñas alas sabiendo que algún día tendrá que utilizarlas para volar… Y un día, llega el momento de salir del nido, donde mamá ave cuidó de él… Es el momento de arriesgarse… De saltar al vacío sabiendo que lo que suceda después depende pura y exclusivamente de él…
Así es la vida para todos… Pero, qué pasa cuando algunos nacemos con un ala un poco más pequeña que la otra? Ahí es donde surgen las dudas y las inseguridades… “No soy igual a los otros pichones… Seré capaz de saltar sin lastimarme?”
Qué difícil es encajar en un mundo de gente “normal”… Ese fue el discurso que dirigió mi vida durante 40 años. Viviendo bajo la mirada constante de los otros, tratando de pasar desapercibida, de mimetizarme, intentando en vano rellenar la “incompletitud” de mi cuerpo con silencios y evasiones. Incluso dentro de mi familia, parecía que hablar de mi mano faltante era un tabú, algo que debía quedar guardado.
Fueron 40 años de simular que “todo está bien”, de responder la misma pregunta “qué te pasó en la mano?” siempre de la misma manera “ah, nada, un problemita de nacimiento” haciendo de cuenta que no me afectaba lo que la gente pudiera pensar… Sintiendo la culpa de haber nacido así, imperfecta.
Pero un día, así como ese pichón que sale de su nido, me di cuenta de que no existe lo normal o lo perfecto… Todos nos sentimos fuera del sistema en algún momento de nuestras vidas… Y yo no soy la excepción.
Las experiencias vividas, buenas y malas, nos hacen ser quienes somos, cada uno con su estilo. Y en momento que empezás a comprender eso, comienza el cambio… Aparecen algunas gotitas de amor propio que empiezan a hacer su magia…
Hoy elijo el camino de la aceptación, que no viene desde afuera, sino desde mi propio interior.
Y este es mi desafío… Transitar por esta vida intentando ser lo mas parecida a mí misma que pueda… Festejar mis logros y aprender de mis errores… Cuidar mi pequeño mundo íntimo y agradecer siempre.
Este camino es largo y todavía tengo mucho por recorrer, pero qué lindo es sacarse esa venda de los ojos que no te permite ver lo maravilloso que es ser uno mismo. Sí, no soy “normal”… Y qué suerte!
Andrea Gomez
42 años, Maestra de infantes
Buenos Aires, Argentina